Pier Paolo Pasolini

 


«Las cenizas de Gramsci»

Canto VI

 

Me voy, te dejo en el atardecer

que aunque triste, tan dulcemente desciende

para nosotros los vivos, con la luz de vela

 

que al barrio en penumbra descubre.

Y lo desordena. Lo hace aún más grande, vacío

más amplio y lejano, lo enciende

 

de una vida inquieta, y del ronco

rodar del tranvía, de los gritos humanos

dialectales, conjuga un concierto sordo

 

y absoluto. Y sientes cómo en aquellos lejano

seres que en la vida gritan, ríen,

en aquellos sus vehículos, en aquellos tristes

 

caseríos donde se consume el infiel

y expansivo don de la existencia

esa vida no es más que un temblor,

 

corpóreo, colectiva presencia;

sientes la ausencia de toda religión

verdadera, no vida sino sobrevivencia

 

─quizás más dulce que la vida─ como

de un pueblo de animales, en el que el misterioso

orgasmo no tenga otra pasión

 

que la del actuar cuotidiano:

humilde fervor a la que da sentido festivo

la humilde corrupción. Cuanto más vano es

 

en este vacío de la historia, en esta

ronroneante pausa en la que la vida calla

todo ideal, mejor se manifiesta

 

la estupenda, adusta sensualidad

casi alejandrina, que todo lima

e impúdicamente enciende, cuando acá

 

en el mundo algo se derrumba, y se arrastra

el mundo, en la penumbra al volver

a plazas vacías, a talleres sin entusiasmo…

 

Ya se encienden las luces, ribeteando

vía Zabaglia, vía Franklin, todo el

Teataccio, despojado de su gran

 

escuálido monte, los caminos a lo largo del Tíber, la negra profundidad, más allá del río, que Monteverde amasa o esfuma invisible sobre el cielo.

 

Diademas de luces que se pierden

brillantes y frías de tristeza

casi marina…Falta poco para la cena;

 

brillan los pocos ómnibus del barrio

con racimos de obreros en las puertas

y grupos de militares van, sin apuro

 

hacia el monte que cobija en medio de montones

sucios y muchos cestos de basura

a la sombra, subrepticias mujerzuelas

 

que esperan ansiosas sobre la basura

afrodisíaca; y no lejos, entre casillas

abusivas a los costados del monte, o en medio

 

de las casonas, como mundos, muchachones

livianos como jirones juegan en el aire

no ya frío, primaveral; ardientes

 

de desenfado juvenil su romana

tarde de mayo, oscuros adolescentes

silban por la calle, en la fiesta

 

vespertina; y estruenden las persianas

de los garajes de golpe, alegremente

si la oscuridad vuelve sereno el atardecer,

 

y en medio de los plátanos de la plaza Testaccio

el viento que cae en lenguas de tempestad

es muy dulce, aunque afeite los sombreros

 

y los olores del matarife, se odorice

con sangre putrefacta, y por doquier

sacuda rechazos y olor de miseria.

 

Es un murmullo la vida, y estos perdidos

en ella, la pierden serenamente

si el corazón tienen colmo de ella: a gozar

 

he los miserables, el atardecer; y potente

en ellos, inerme para ellos, el mito

renace…Pero yo con el corazón consciente

 

de quien solamente en la historia tiene vida

podré alguna vez por pura pasión actuar

si sé que nuestra historia ha concluido?

 

Pier Paolo Pasolini

 

De: «Le ceneri di Gramsci»– 1957

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