Juana de Ibarbourou

 



Insomnio



No he podido dormir. Esta noche

Me ha sido negada

La gracia sencilla

Del sueño habitual.

En un zumo de lirios morados

Se anegan mis ojos sombríos y largos

Y en un zimo amarillo de cera

O de vara de nardo marchita,

Se han ahogado las llamas rosadas

Que coloran la piel de mis labios.


Si me pongo recta, cruzadas las manos,

La boca estrujada,

Abrochados los párpados lacios,

Parezco una muerta.


El insomnio taladra mis sienes

Con sus siete clavos de vigilia ácida.

Y retoñan, retoñan deseos.

¿Dónde se halla, Señor, el amante

Que mis finos cabellos peinaba

Con sus manos morenas que olían

A mazos de trigo y a ramos de dalias?


En mi lecho, que es nata de linos,

Su vacío lugar mana angustia.

Y en el blanco mantel de las sábanas

Me agito intranquila,

Como un haz de culebras trenzadas

Que el látigo rojo

Del insomnio, implacable, fustiga.


No sentir... No pensar... Más ahora,

¿Qué imprevista dulzura ha llegado

A sentarse a los pies de mi cama?

A mis párpados largos parece

Que una venda de bronce desciende

Y mis manos nerviosas se aquietan

En cruzado ademán de reposo.

No sentir... No pensar... ¿Es el sueño,

O eres tú, monja negra, que llaman

Los hombres, La Muerte?


Juana de Ibarbourou

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