Margaret Atwood




Los poetas resisten.


Los poetas resisten.

Es difícil librarse de ellos,

aunque Dios sabe que se ha intentado.

Nos los encontramos en el camino

en actitud mendicante, con sus platos,

una costumbre ancestral.

No tienen nada,

excepto moscas secas y céntimos falsos.

Nos miran como pasmados.

¿Están muertos o qué?

Sin embargo, tienen esa mirada irritante

de los que saben más que nosotros.


¿Saben más de qué?

¿Qué es lo que alegan saber?

Escupidlo, les silbamos.

¡Decidlo claro de una vez!

Si buscas una respuesta sencilla,

entonces fingen estar locos,

o borrachos, o pobres.

Se pudieron esos disfraces

hace algún tiempo,

esos jerséis negros, esos andrajos;

ahora pueden quitárselos

Y tienen problemas con sus dientes.

Ésa es una de sus cargas.

Les vendría bien ir al dentista.


También tienen problemas con sus alas.

No se muestran dispuestos a colaborar

con nuestro departamento de vuelos.

Ya no planean, no resplandecen,

no bromean.

¿Para qué demonios les pagamos?

(Imagina que les pagamos.)

No pueden despegar

con sus plumas enlodadas.

Si vuelan, es hacia abajo,

hacia la húmeda tierra gris.


Idos, les decimos,

y llevaos vuestra aburrida tristeza.

No os queremos aquí.

Se os ha olvidado cómo decirnos

lo sublimes que somos.

Que el amor es la respuesta,

siempre nos gustó ese verso.

Se os ha olvidado cómo hacernos la pelota.

Ya no sois sabios.

Habéis perdido vuestro esplendor.


Pero los poetas resisten.

No se puede decir que no son tenaces.

No saben cantar, no saben volar.

Sólo saltan y croan

y se golpean contra el aire

como si estuvieran en jaulas,

y cuentan el viejo chiste.

Cuando les preguntan, responden

que dicen lo que deben.

¡Jopé, qué pretenciosos son!


Sin embargo, saben algo.

Hay algo que sí que saben.

Algo que están susurrando.

No alcanzamos a oírlo.

¿Será sobre el sexo?

¿O sobre el polvo?

¿O sobre nuestro miedo?



Margaret Atwood


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