Doris Lessing
Fábula
Cuando miro hacia atrás me parece recordar el canto.
Aunque siempre estaba en silencio aquel salón largo y tibio.
Impenetrables, creímos, esos muros,
oscurecidos de escudos antiguos. La luz
brillaba sobre la cabeza de una chica o sobre sus piernas
jóvenes despatarradas. Y las voces bajas
subían en el silencio a perderse como en el agua.
Además, estando todo tibio y quieto como una mano,
si uno de nosotros corría las cortinas
una lluvia bordada soplaba afuera con descuido.
A veces se colaba un viento que hacía bambolear las llamas,
proyectando sombras agazapadas en las paredes,
o afuera aullaba un lobo en la noche vasta
y al sentir que se nos helaba la carne, nos juntábamos.
Pero la danza seguía por un rato
—así me parece ahora:
formas lentas que se movían serenas a través
de charcos de luz tejiendo una red dorada sobre el piso.
Así debe haber seguido, para siempre, como un sueño.
Pero entre un año y otro —¿cambió el viento?
¿La lluvia al final pudrió las paredes?
¿Vinieron los hocicos de los lobos a empujar los rayos caídos?
Hace tanto.
Sin embargo a veces me acuerdo del salón cortinado
y escucho las voces lejanas y jóvenes que cantan.
Doris Lessing
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