Ada Limón


Pasarela


La carretera no era tan peligrosa antes,

cuando caminaba hasta la barandilla de acero,

agachaba mi cuerpo flexible de niña, y miraba

al agua fría del arroyo. En una primavera húmeda,

el agua solía correr limpia y alta, piscardos

mordisqueando arena y limo, un cangrejo de río

a la sombra de las largas cañas de la costa.

Me podía quedar mirando por horas, siempre algo

nuevo en cada cuña acuosa—

una tapa de botella, una bota negra, un sapo.

Una vez, el cadáver de un mapache, mitad debajo

del elevado, mitad fuera, se pudrió despacio

durante meses. Solía vigilarlo todos los días,

mirando hasta que los huesos blancos de su mano

estaban desprovistos de piel y parecían extenderse

hacia el sol cuando chocaba contra el agua,

mostrando sus cinco adorables dedos elásticos

aferrándose todavía. No creo que lo venerase,

su falta de vida, pero me gustaba la evidencia

de él, la forma en que se sentía como un trabajo diario

tomar notas de su transformación en arena.


Ada Limón

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