Francisco Urondo

 


Del otro lado


Cuando estuvimos desesperados, alguien

contó la historia.


No se la puede escuchar serenamente, tiemblan

las manos, el corazón se encoge de dolor;

da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.

Ocurre lo de siempre.

Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada

tenía que ver con la certeza, ni

con el muslo de la bataclana. No

intervinieron traiciones; no es

una vulgar historia de fervores o de mantenidas.


Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También

aquella vez, siempre aquella vez, apagaron

las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.


Nos apretamos las manos en la sala impenetrable; temblamos

ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca

llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino

de otra manera. Nuestras manos

procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;

y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.


Estábamos perdidos en aquel

cine y él no era como el redentor; su cruz

no era un mandato, era

la inteligencia del hombre, era la resurrección

de la ciencia y de nuestros queridos finados.


Hace mucho que nos pasó esto; la mano

fría del cadáver impenitente

rozaba los sueños,

acariciaba nuestros tiernos rostos despavoridos.

Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias

de los muertos que no aceptan su desdichada condición,

no sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos

encontrar nuestras manos, nuestra

tristeza. El mundo inconsistente.


Hubo muchas anécdotas como ésta. ¿Quién

no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene

su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo

qué hacer, cuando alguien la contó.


Seguramente al escucharla buscarás una mano; será

como antes, pero enseguida

intentarás olvidar que estuvimos tristes o asustados.

Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:

tendrás ganas de llorar y nada más.


Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable. ¿Por qué

no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la espesura de la sala?


Se derramará sobre tu memoria,

como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;

la historia sobrevolará tu linda cabecita,

será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,

que despeinará cariñosamente tu pelo.

Comentarios