Jotaele Andrade



Yo te hablo con mi lengua no inmortal. Mi lengua que atrapa el gusano que la mueve

hacia su íntima osamenta.

Soy todo muerte, barquero; plumas sin ala.

Ha pasado por mi pecho un derrumbe de montañas. El tiempo antiguo para decirnos “no es el tiempo lo lejano sino aquello que arrastra”.

Con mi lengua que no ha obrado milagros, hablo.

¿Me escuchas?

Soñé con un fuego azul y el mundo era una enorme estación con subsuelos y subcielos. ¿En qué lenguas hablaban los sonidos? ¿Los ángeles que se suicidaban en las vías? ¿cuál era su lengua sino una mariposa fúnebre?

Nadie decía: esta es mi casa, este es mi pan. Duerme. Come.

Sólo tu rostro no me fue negado. Era un color en la velocidad.

Sólo tu beso cayó en mi boca. Breve ungüento derramado. Luego se perdía por túneles

y pozos junto a la luz de nacer.

Coronada de insectos la fruta de mi boca. La luz ahora llega para pudrirla.

Viene por ella la pájara de la noche.

Mi lengua, una estaca atravesándola como un río.

Mi lengua medusa en la sed.

Mi lengua desovada hacia el oro deleznable del silencio.

Así hablo. Digo las gotas una a una.

¿Quién escucha caer las gotas sobre la casa empedrada?

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