Arthur Rimbaud




El relámpago


¡El trabajo humano! explosión que ilumina

mi abismo de vez en cuando.


      “Nada es vanidad; ¿hacia   la   ciencia, y adelante!,

exclama el Eclesiastés moderno, es decir Todo

el mundo. Y sin embargo los cadáveres de los

malvados y de los holgazanes caen sobre el corazón

de los otros… ¡Ah!  rápido, un poco rápido; allá lejos,

más allá de la noche, esas recompensas futuras,

eternas… ¿las eludiremos?


     –¿Qué puedo hacer? Conozco   el trabajo; y la

ciencia es demasiado lenta. Que la plegaria

galopa y la luz brama… bien lo veo. Es demasiado

simple y hace demasiado calor; prescindirán de mí.

Tengo mi deber, pero me enorgullecería como muchos,

dejándolo a un lado.


      He malgastado  mi vida. ¡Vamos! Finjamos, holguemos,

¡oh piedad! Y existiremos divirtiéndonos, soñando

amores monstruosos y universos fantásticos, quejándonos

y combatiendo las apariencias del mundo, saltimbanqui,

 mendigo, artista, bandido, –¡sacerdote! Sobre mi lecho

de hospital, el olor del incienso retornó a mí tan potente;

guardián de aromas sagrados, confesor, mártir…


      Reconozco en todo esto la sucia educación de mi infancia.

¡Y qué!... Andar mis veinte años, si los otros andan veinte años…


      ¡No! ¡No! ¡ahora me rebelo contra la muerte!

El trabajo resulta excesivamente liviano para mi orgullo:

mi traición al mundo significaría un suplicio demasiado breve.

A último momento atacaría a diestra y siniestra…


       Entonces. –¡oh! – pobre alma querida,

¡la eternidad no se habría perdido para nosotros!


Traducción de Oliverio Girondo – Enrique Molina.              

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