Bertolt Brech

 



Soy una anciana.

Al despertarse Alemania

recortaron las pensiones. Mis hijos

me daban dinero de vez en cuando un dinerillo. Pero yo ya

no podía comprar casi nada. Al principio

iba menos a las tiendas donde antes compraba a diario.

Pero un día me lo pensé mejor y volví

a diario a la panadería y a la verdulería

como antigua clienta.

Escogía cuidadosamente entre los comestibles

y no me llevaba ni más ni menos que antes:

añadía los panecillos al pan y los puerros al repollo y sólo

cuando me hacían la cuenta, lanzaba un suspiro

rebuscaba con mis rígidos dedos en el monedero

y confesaba, sacudiendo la cabeza, que no me alcanzaba el dinero

para pagar aquellas pocas cosas y, con nuevos movimientos de cabeza,

salía de la tienda, a la vista de los parroquianos.

Y me decía:

si todos los que no tenemos nada

dejamos de aparecer donde se exhibe la comida,

podrían pensar que no necesitamos nada.

Pero si venimos y no podemos comprar nada,

se sabrá cómo están las cosas.




Traducción: José Muñoz Millanes.

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