William Carlos Williams




El asfódelo, esa flor verdosa


Del asfódelo, esa flor verdosa,

como un botón de oro

sobre su tallo bifurcado

-salvo que es verde e inexpresiva-

vengo, querida mía,

a cantarte.

Vivimos mucho tiempo juntos

una vida llena,

si vos querés,

de flores. Así es

que me alegré

al enterarme

de que también había flores

en el infierno.

Hoy estoy colmando del recuerdo atenuado de aquellas flores

que ambos amábamos,

incluida esta pobre

cosa sin color,

-la vi por primera vez

cuando era chico-

de escaso valor entre los vivos,

aunque los muertos al verla

se preguntan:

¿qué es lo que recuerdo

que tenía una forma como esta?

mientras nuestros ojos

se cubren de lágrimas.

De amor, de amor constante

seguirá hablando,

aunque tan débil, la colorea 

una pátina de púrpura

que la hace del todo creíble.

Hay algo

algo urgente

que tengo que decirte

solo a vos,

pero habrá que esperar

mientras bebo

en el goce de tu compañía,

quizá por última vez.

Y así,

con angustia en el corazón,

lo demoro

y sigo hablando

porque no me atrevo a detenerme.

Escuchame mientras hablo

contra el tiempo.

No tardaré 

mucho.

Yo lo había olvidado,

y no obstante veo claramente,

algo

central en el cielo

que se extiende por todas partes.

¡Un olor

brota de allí!

¡Un olor dulcísimo!

¡Madreselva! ¡Y ahora

llega el zumbido de una abeja!

¡Y todo un torrente 

de memorias hermanas!

Solo dame tiempo,

tiempo para convocarlas

antes de hablar.

Dame tiempo,

tiempo.

Cuando era chico

tenía un libro

en el cual, de tanto

en tanto,

guardaba flores prensadas,

con el correr del tiempo

tuve una gran colección.

El asfódelo 

entre ellas,

como un presagio.

Te traigo,

renacido,

un recuerdo de aquellas flores.

Eran dulces

al presionarlas

y conservaban

algo de su dulzura

durante mucho tiempo.

Es un curioso olor,

un olor moral,

el que me aproxima

a vos.

El color fue lo primero en irse.

Había llegado hasta mí

como un desafío,

tu querido ser,

mortal como yo,

¡la garganta del lirio

para el colibrí!

La abundancia infinita,

pensé, 

me tendía los brazos.

Mil trópicos 

en una floración del manzano.

La tierra generosa

brindándose a nosotros.

¡El mundo entero

vino a ser mi jardín!

Aunque el mar,

que nadie cultiva,

también es un jardín

cuando el sol lo golpea

y se despiertan

las olas.

Lo he visto

y vos también

cuando hace que todas las flores

se avergüencen.

Y está la estrella de mar

endurecida por el sol

y algas

y hierbas. Vos y yo sabíamos

de todo eso

porque los dos nacimos a la orilla del mar,

conocíamos esos cercos rojizos

al borde mismo del agua.

Allí crecen las malvas rosas

y, en su estación,

las frutillas y, más tarde,

íbamos a juntar

ciruelas silvestres.

No puedo decir

que viajé al infierno

por tu amor,

aunque a veces,

buscándote,

me encontraba allí.

No me gustaba

y quería estar

en el cielo. No dejes de escucharme.

No te alejes.

He aprendido mucho en mi vida,

de los libros

y fuera de los libros,

acerca del amor.

La muerte

no termina con él.

Hay una jerarquía

que puede ser recorrida,

creo,

en su servicio.

El premio

es una flor mágica;

un gato de veinte vidas.

Si nadie intenta alcanzarlo

el mundo 

saldrá perdiendo.

Ha sido

para vos y para mi

como quien ve venir una tormenta

sobre el agua.

Permanecimos,

año tras año,

ante el espectáculo de nuestras vidas

tomados de la mano.

Ahora se despliega la tormenta.

El relámpago

corre por el borde las nubes.

El cielo es plácido

hacia el norte,

un resplandor azul

mientras la tormenta se acumula.

Una flor

que pronto alcanzará

su punto culminante.

Bailábamos

en nuestras mentes

y leíamos juntos un libro.

¿te acordás?

Era un libro importante.

Y así los libros

entraron en nuestras vidas.

¡El mar! ¡El mar!

Siempre

que pienso en el mar

me viene a la mente

la Ilíada

y el desliz público de Helena

del cual surgió.

De no haber sido por eso

no hubiera habido poema sino mundo,

y al recordar

aquellos pétalos carmesí

caídos entre las piedras,

estaríamos hablando simplemente

de asesinato.

La orquídea sexual que entonces floreció

y que envió a tantos

hombres desinteresados

a la tumba,

ha legado su memoria

a una raza de locos

o de héroes;

si el silencio es virtud

el mar solitario

en su multiplicidad,

conserva alguna esperanza.

La tormenta

resultó malograda,

pero nosotros seguimos

tras los pensamientos que suscitó,

para volver a cimentar nuestras vidas.

Es la mente,

la mente

la que debe ser sanada

antes de la intervención

de la muerte,

y el deseo volverá a ser un jardín. El poema

es complicado y es complicado el lugar

que hacemos en nuestras vidas

para el poema.

El silencio también puede ser complicado,

pero no se llega muy lejos

con el silencio.

Vuelve a empezar.

Es como el catálogo 

de naves de Homero:

sirve para llenar el tiempo.

Lo digo con figuras,

aceptablemente; tus vestidos

son también figuras,

no podríamos entendernos

de otra manera. Cuando hablo

de flores

es para recordar

que alguna vez

fuimos jóvenes.

No todas las mujeres son Helena,

ya lo sé,

pero llevan a Helena en sus corazones.

Querida mía,

también está en el tuyo, por eso

te amo

y no podría amarte de otra manera.

Imaginate que ves

un campo hecho de mujeres,

todas de un blanco plateado.

¿Qué podrías hacer

sino amarlas?

¡La tormenta estalla

o se desvanece! No es

el fin del mundo.

El amor es otra cosa,

o eso creía yo,

un jardín que se expande,

-aunque te conocí como mujer

y jamás te vi de otra manera-

hasta ocupar

todo el mar

y todos sus jardines.

Era el amor del amor,

el amor que se traga todo lo demás,

un amor agradecido,

un amor por la naturaleza, por las personas,

por los animales,

un amor que engendra

mansedumbre y bondad;

eso era lo que me movía

y lo que yo había visto en vos.

Debería haberme dado cuenta,

y no lo hice,

de que el lirio de los valles

es una flor que enferma a muchos

de los que la huelen.

Tuvimos nuestros hijos,

rivales en la embestida general.

Los hice a un lado

aunque me ocupé de ellos,

tanto como cualquier hombre

puede ocuparse de sus hijos,

según mis luces.

Entenderás

que tenía que encontrarme con vos

después de esa prueba,

y que todavía estoy por encontrarte.

El amor

ante el que también te inclinarás

junto a mi-

una flor,

una flor muy endeble

será nuestra garantía,

y no porque seamos

demasiado débiles

como para hacerlo de otro modo,

sino porque,

en la plenitud de mi fuerza,

yo había arriesgado lo que había que arriesgar

para probar 

que nos amábamos

mientras mis huesos crujían

porque no podía gritártelo

en el acto.

Del asfódelo, esa flor verdosa,

vengo, querida mía,

a cantarte.

Mi corazón vibra

al pensar en traerte noticias

de algo

que te concierne a vos

y que concierne a muchas personas. Fijate en

lo que se hace pasar por novedad.

No vas a encontrar nada ahí, pero sí

en los poemas despreciados.

Es difícil

encontrar noticias en los poemas

pero cada día los hombres mueren miserablemente

por carecer

de lo que en ellos se encuentra.

Escuchame,

porque a mí también me concierne

y a todo aquel

que quiera morir apaciblemente en su cama.


Traducción de Isaías Garde

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