Sandra Cornejo



Cántico


Descendí a lo más profundo

donde fuimos comunes en la misma arcilla

agua, paisaje, árboles, personas.

Allí escuché voces

y lo muy lejano se unió a partes mías

como en el principio.

Un río me atraviesa, 

un lago cambiante.

¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Hubo alguien?

He venido a dejarte en el sitio que habrías amado.

A la vez ajeno, a la vez tan propio

como nuestros nombres.

Aquí, este suelo, doble, tutelar, gemelo.

Almas en un alma, 

uno por el otro y para el otro.

Arrullo del soplo del viento en las hierbas altas.

Aquí, donde el agua límpida sosiega,

cantan canciones ancestrales.

Los miro.

Sigo sus rituales con los míos.

¿Cuándo fue el encuentro?

Cuál cañada, colina, barranco.

¿Por qué?

Sonríen.

Vine de tan lejos.

¿Tan lejos?

Te traje conmigo.

Nunca estamos solos: hay un arcoíris y su lluvia.

Su lluvia y su arcoíris. No se siente miedo.

No se teme el eco al que se pertenece.

Estados del alma.

Fallas en el tiempo.

Iluminaciones.

Círculo de pinos, de piedras, de menhires.

Carozo radiante, corazón de cardo.

Loch, de orilla a orilla. Alba.

Regreso a la calle de la Iglesia Antigua y de los libros viejos.

Cementerio de la altura luminosa.

Campanario.

Alquimia.

Castillo en el reposo florecido.

Adorable Gracia.

Flores en su dulce sacrificio.

Te dejo aquí porque la casa es esta.

Donde todo termina, donde todo comienza.

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