Robert Hass




Levitación


Un colibrí se posa en el tallo leñoso de la cantuta,

se queda quieto y mira a su alrededor. Un ejemplar de Ana,

las plumas de su cuello captan la luz

mientras mueve la cabeza con la manera brusca

de un dinosaurio de película e inclina su pico hacia el cielo,

el gesto de los humanos que piensan bien de sí mismos,

aunque creo que el ave podría estar pensando en hormigas

o en pequeñas arañas. O tal vez sólo tomando aire.

Ya a fines de junio. La mañana había estado brumosa, niebla marina

soplando desde el Pacífico en ráfagas ondeantes,

así que es sólo ahora al anochecer que la niebla

se ha quemado y el aire del verano ingresa.

Quizás el pájaro esté observando lo que le interesa

de la misma manera que estoy observando al pájaro.

Las flores de la cantuta se marchitaron hace semanas,

la cascada de trompetas escarlatas que parecen haber sido hechas

para colibríes (lo que significa que fueron hechas

por los colibríes) cuelgan en pequeños y arrugados racimos.

Las flores blancas del rosal trepador también se han marchitado.

Floribunda: esas flores cremosas tan abundantes en el enrejado

que no me gustaba cortar para llevar adentro,

aunque sabía, por supuesto, que morían de una manera

u otra, en la casa o en la vid. La hortensia

apenas ha comenzado a florecer, los racimos

de sus flores de un blanco suavemente teñido de verde.

También la fucsia, con sus esbeltas y gráciles flores de pálido rosa,

recién comienza a florecer. Hay relojes en las semillas,

como el que apagó la cantuta y encendió la hortensia. Y el corazón del colibrí

es otro reloj. También el mío. Cuando levanto la vista tras registrar este hecho,

ya se ha ido. Probablemente llevando el néctar de las fucsias,

batiendo las alas tan rápidamente que casi parecen no estar allí.


Traducción de Diego L. García

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