Pablo Seguí
Desde el porche de casa
“¡Jefe!”, le grito, “¡jefe!”,
a través de la reja.
Él arrastra sus bolsas
cartoneras a pie.
Se detiene. Le paso
diez o quince latitas
de Coca-Cola. “Gracias,
viejo”, y vuelta a tirar.
No pude ver su rostro.
Él tampoco vio el mío.
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