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Mostrando las entradas de diciembre, 2023

Laura Yasán

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Apuntes de fe creo en lo que se mueve detrás de la aspereza en la instancia agotada de una promesa rota creo en la inmediatez creo en las despedidas en los cuerpo vencidos por el peso de la parte que falta creo en la vanidad creo en lo efímero en la trinchera que construye la noche con las piedras del día creo en los pactos del azar en la brutalidad de los sentidos en esa dentellada que sufren los cimientos cada nueva estación yo pego inútilmente la espalda a la pared vivo en esa cornisa tarde o temprano me romperé los dientes sin el menor estilo sé predecir esa obviedad creo en la conveniencia de recapitular en la esforzada dignidad que me asiste en los favores del instinto más que en ninguna cosa Laura Yasán

Joaquín Giannuzzi

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Poética La poesía no nace. Está allí, al alcance de toda boca para ser doblada, repetida, citada total y textualmente. Usted, al despertarse esta mañana, vio cosas, aquí y allá, objetos, por ejemplo. Sobre su mesa de luz digamos que vio una lámpara, una radio portátil, una taza azul. Vio cada cosa solitaria y vio su conjunto. Todo eso ya tenía nombre. Lo hubiera escrito así. ¿Necesitaba otro lenguaje, otra mano, otro par de ojos, otra flauta? No agregue. No distorsione. No cambie la música de lugar. Poesía es lo que se está viendo. Joaquín Giannuzzi

Olga Orozco

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Cabalgata del tiempo Inútil. Habrá de ser inútil, nuevamente, suspender de la noche, sobre densas corrientes de follaje, la imagen demorada de un porvenir que alienta en la memoria; penetrar en el ocio de los días que fueron dibujando con terror y paciencia la misma alucinada realidad que hoy contemplo, ya casi en la mirada; repetir todavía con una voz que siento pesar entre mis manos: -Alguna vez estuve, quizás regrese aún, a orillas de la paz, como una flor que mira correr su bello tiempo junto al brazo de un río. Todo ha de ser en vano. Manadas de caballos ascenderán bravías las pendientes de su infierno natal y escucharé su paso acompasado, su trote, su galope salvaje, atravesando siglos y siglos de penumbra, de sumisas distancias que irremediablemente los conducen aquí. Tal vez sería dulce reconquistar ahora una música antigua, profunda y persistente como el eco de un grito entre los sueños, sumirse bajo el verde sopor de las llanuras o morir con la lluvia, tristemente, entre ramo

Rafael Alberti

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  Atentado Robada por un pez de acero y lona, tú, sin malló, dormida, diste con una estrella que, escondida, rondaba a Barcelona. ¡Susto en la luz! Teléfonos fundidos. A los timbres, disparos. El giratorio idioma de los faros, los vientos, detenidos. Y una voz, buzo negro, disfrazada y en taxi, solicita volarte el corazón con dinamita. Mas tu ilesa, sin nada. Rafael Alberti

Louise Glück

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  Puesta de sol  En el mismo instante en que se pone el sol, un granjero quema hojas secas. No es nada, este fuego. Es cosa pequeña, controlada, como una familia gobernada por un dictador. Aun así, cuando arde, el granjero desaparece; es invisible desde el camino. Comparados con el sol, aquí todos los fuegos son breves, cosa de aficionados; se acaban cuando se consumen las hojas. Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas. Pero la muerte es real. Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer, hubiera hecho crecer el campo y entonces hubiera inspirado la quema de la tierra. Así que ahora puede ponerse. Louise Glück 

Miguel de Unamuno

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Me destierro Me destierro a la memoria, voy a vivir del recuerdo. Buscadme, si me os pierdo, en el yermo de la historia, que es enfermedad la vida y muero viviendo enfermo. Me voy, pues, me voy al yermo donde la muerte me olvida. Y os llevo conmigo, hermanos, para poblar mi desierto. Cuando me creáis más muerto retemblaré en vuestras manos. Aquí os dejo mi alma-libro, hombre-mundo verdadero. Cuando vibres todo entero, soy yo, lector, que en ti vibro. Miguel de Unamuno

Charles Bukowski

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  Oh sí  hay cosas peores que  estar solo  pero a menudo toma décadas  darse cuenta de ello  y más a menudo  cuando esto ocurre  es demasiado tarde  y no hay nada peor  que  un demasiado tarde Charles Bukowski 

Juan José Saer

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  Leche de la Underwood Por delicadas que sean, las mañanas envilecen; lo destructible vacila y lo que pareciera, frente a nosotros, perdurar, no nos acoge, menos cruel que indiferente. Animal anónimo, por más que grites, nadie escucha, y ni por lejos la lengua es la que conviene. Existe, tal vez, en alguna parte, un idioma, nadie niega, pero habría que desandar, salir, si fuese posible, del centro de la noche, y empezar de nuevo con otra clase de balbuceo. Tantas tardes que resbalan: ya no se sabe en qué mundo se está, y sobre todo si se está en un mundo. Se muerde un fantasma de manzana, mientras sigue merodeando, como desde un principio, lo oscuro. Destellos de un sol de invierno en la ciudad transparente; brillos, rápidos o lentos, que algunos blanden como pruebas abandonándose, soñadores, su tibieza. Entre tantas estrellas, esperanzas: relentes de un reino animal. Juan José Saer

Doris Lessing

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 Fábula Cuando miro hacia atrás me parece recordar el canto. Aunque siempre estaba en silencio aquel salón largo y tibio. Impenetrables, creímos, esos muros, oscurecidos de escudos antiguos. La luz brillaba sobre la cabeza de una chica o sobre sus piernas jóvenes despatarradas. Y las voces bajas subían en el silencio a perderse como en el agua. Además, estando todo tibio y quieto como una mano, si uno de nosotros corría las cortinas una lluvia bordada soplaba afuera con descuido. A veces se colaba un viento que hacía bambolear las llamas, proyectando sombras agazapadas en las paredes, o afuera aullaba un lobo en la noche vasta y al sentir que se nos helaba la carne, nos juntábamos. Pero la danza seguía por un rato —así me parece ahora: formas lentas que se movían serenas a través de charcos de luz tejiendo una red dorada sobre el piso. Así debe haber seguido, para siempre, como un sueño. Pero entre un año y otro —¿cambió el viento? ¿La lluvia al final pudrió las paredes? ¿Vinieron los

Hilda Hilst

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  XVI                O que nós vemos das coisas são as coisas.                (Fernando Pessoa) Las cosas no existen. Lo que existe es la idea melancólica y suave que hacemos de las cosas. La mesa de escribir es hecha de amor y de sumisión. En tanto nadie la ve como yo la veo. Para los hombres es hecha de madera y esta cubierta de tinta. Para mí también más la madera protege su interior pues su interior es humano. Los libros son criaturas. Cada página un año de vida, cada lectura un poco de alegría y esta alegría es igual al consuelo de los hombres cuando inquietos permanecemos en respuesta a sus inquietudes. Las cosas no existen. La idea, sí. La idea es infinita igual que el sueño de los niños. Hilda Hilst

Manoel de Barros

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 Melenudo Cuando mi abuela me recibió en las vacaciones, me presentó a sus amigos: este es mi nieto. Fue a  estudiar a Río y volvió de ateo. Dijo que volví de ateo. Aquella preposición desubicada me disfrazaba de ateo. Como quien dijera en Carnaval: aquel chico está disfrazado de payaso. Mi abuela entendía de regímenes verbales. Hablaba en serio. Pero todo el mundo se rio. Porque aquella preposición desubicada podía hacer de una información un chiste. Y lo hizo. Y todavía más: creo que buscar la belleza en las palabras es una solemnidad de amor. Y puede ser un instrumento para reír.  Una vez, en medio de un partido, un chico gritó: disilimina a ese, Melenudo. Yo no disiliminé a nadie. Pero aquel verbo nuevo trajo un perfume de poesía a nuestra cuadra. Aprendí en esas vacaciones a jugar con palabras más que a trabajar con ellas. Comencé a no gustar de la palabra encajonada. Aquella que no puede cambiar de lugar.  Aprendí a gustar de las palabras más por cómo suenan que por lo que inform

Fernando Pessoa

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  Esto Dicen que finjo o miento en todo cuanto escribo. No. Yo simplemente siento con la imaginación. No uso el corazón. Lo que sueño y lo que me pasa, lo que me falta o finaliza es como una terraza que da a otra cosa todavía. Esa cosa sí que es linda. Por eso escribo en medio de lo que no está en pie, libre ya desde mi atadura, serio de lo que no lo es. ¿Sentir? ¡Sienta quien lee! Fernando Pessoa

Irene Gruss

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  Mutatis Mutandi Por favor no sufran más me cansa, dejen de respirar así, como si no hubiera aire dejen el lodo, el impermeable, y el vocabulario, me cansa, la mujer deje de tener pérdida ese chorro sufriente, los padres dejen el oficio de morir, el daiquiri o el arpón en el anca, y aquel perfume matinal, la Malasia, y el Cristo solo como un perro, y al amor como un fuego fatuo, y a la muerte, déjenla en paz, me cansa, (¿algo ha muerto en mí?: tanto mejor). Así que, valerosos, amantes, antiguos, huérfanos maternales que acurrucaron al mundo después de la guerra, dejen el rictus, oigan y despídanse, por una vez, sin grandeza. Irene Gruss

Héctor Viel Temperley

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 El nadador Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada. Soy el hombre que quiere ser aguada para beber tus lluvias con la piel de su pecho. Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo para tus lluvias mansas, para tus fuertes lluvias, para todas tus aguas. Las aguas como lonjas de una piel infinita, las aguas libres y la de los lagos, que no son más que cielos arrastrados por tus caídos ángeles. Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada. Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas aguas de los arroyos se sostiene vibrante, como en medio del aire. Mi cuerpo que se hunde en transparentes ríos y va soltando en ellos su aliento, lentamente, dándoselo a aspirar a la corriente. Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada hasta las lluvias de su infancia, que a las tardes crecían entre sus piernas salpicadas como alto y limpio pajonal que aislaba las casonas y desde sus paredes celestes se ensanchaba. Soy el nadador, Señor, el hombre que nada por la memoria de las aguas ha

Raymond Carver

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  Dinero Para ser capaz de vivir en el lado correcto de la ley. Para usar siempre su propio nombre Y su número de teléfono Para prestarle dinero a una amiga y que no importe Un carajo si la amiga abandona la ciudad. Espero, de hecho, que ella lo haga. Para darle algo de él a su madre. Y para sus hijos y sus madres. No guardarla. Usarlo antes de que se acabe. Comprar ropa. Pagar la renta y los servicios. Comprar comida Salir a cenar cuando la necesidad de hacerlo apremia. Y está bien. Pedir cualquier cosa fuera del menú. Comprar drogas cuando desee. Comprar un auto. Si se estropea, Repararlo. O comprar otro. ¿Ves ese barco? Adquirir uno igual. Y navegar alrededor del Cabo de Hornos buscando compañía. Conocer una mujer en Porto Alegre Que amaría, que se volvería loca al verlo En su propio barco, Velas en alto, Va hacia ella en el puerto. Un amigo que puede pagar Todo esto solo para verla. Solo porque ama el sonido de su risa, Y el modo como le baila el cabello. Raymond Carver

Anne Carson

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 Yo  Oigo pequeños chasquidos dentro de mi sueño. La noche gotea su taconeo de plata espalda abajo. A las cuatro. Me despierto. Pensando en el hombre que se marchó en septiembre. Se llamaba Law. Mi rostro en el espejo del baño tiene manchas blancas en la parte baja. Me enjuago la cara y vuelvo a la cama. Mañana voy a ver a mi madre. Anne Carson

Walt Whitman

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Yo, tranquilo, serenamente plantado ante la naturaleza Yo, tranquilo, serenamente plantado ante la naturaleza, Amo de todo o señor de todo, sereno en medio de las cosas irracionales. Imbuido como ellas, pasivo, receptivo, y silencioso, también como ellas, Conocedor de que mi ocupación, mi pobreza, mi notoriedad Y mis debilidades son menos importantes de lo que creía, Hacia el mar mexicano, en el Manhattan o en el Tennessee, o lejos en el norte o tierra adentro, Hombre de río u hombre de montes o de granjas de estos estados, ribereño del mar o de los lagos de  Canadá, Yo, dondequiera que viva mi vida, quiero hacer frente a las contingencias Y encarar la noche, las tormentas, el hambre, el ridículo, los accidentes Y los rechazos como lo hace el animal. Walt Whitman

Anna Ajmátova

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Cuando escuches el trueno me recordarás. Cuando escuches el trueno me recordarás Y tal vez pienses que amaba la tormenta... El rayado del cielo se verá fuertemente carmesí Y el corazón, como entonces, estará en el fuego. Esto sucederá un día en Moscú Cuando abandone la ciudad para siempre Y me precipite hacia el puerto deseado Dejando entre ustedes apenas mi sombra. Anna Ajmátova

Leo Zelada

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  Diálogo entre la voz y el silencio –¿Qué profesión tienes? –Poeta –O sea, te vas a morir de hambre –Al contrario, voy aplacar tu sed. Leo Zelada

Antonio Machado

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  La tarde está muriendo como un hogar humilde que se apaga. Allá, sobre los montes, quedan algunas brasas. Y ese árbol roto en el camino blanco hace llorar de lástima. ¡Dos ramas en el tronco herido, y una hoja marchita y negra en cada rama! ¿Lloras?...Entre los álamos de oro, lejos, la sombra del amor te aguarda. Antonio Machado