Pablo Ananía

Dos en uno Lo fugitivo, Quevedo, permanece. Regiones donde hubo ardientes pero estériles ocasos sombras dejaron, perfiles entumecidos pero ocres elevándose como cuando cautivo de la danza de deshace el dolor. Tu comprensión remite sólo al tacto. Tacto sin embargo que es dicción, lente, sutil sangre del que predica. ¿Cómo no habrá de resignarse, Góngora iletrada, sin deseo carnal, a bogar en sus fingidos lagos definitivamente secos? ¿Cómo culterana ha de engarzar en oro si plebeya de acentuada oftalmía fastidia los metales con fusiones mezquinas? ¿Es posible, Quevedo, que te obstines en ceder tu palabra a quien labra ofuscada con soles baratijas, manjares para el oído?